jueves, 31 de agosto de 2017

María, la novela que contó las reformas liberales en Colombia. POR Felipe Martínez Pinzón*. Razón Pública .com, Agosto 28, 2017

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María, la novela que contó las reformas liberales en Colombia


Este año "María" cumple 150 años. La mayoría de los colombianos la recuerdan como una novela romántica, pero pocos son conscientes del ingenio y la belleza con los que mostró los cambios cruciales que el país vivió a mediados del siglo XIX.
POR Felipe Martínez Pinzón*


Literatura y realidad
¿Qué es un clásico? De acuerdo con el crítico Julio Ramos un clásico es aquel que borra las fronteras entre literatura y realidad. La novela trasciende sus páginas y pasa a contornear la apariencia del mundo en el cual se basó. Así, el clásico abre túneles entre el mundo de los libros y el libro del mundo: las fronteras entre Cervantes y el Quijote se borran, así como las de Aracataca y Macondo.
Este ha sido el caso de María, la novela de Jorge Isaacs, primer clásico escrito en Colombia y publicado hace 150 años. A quienes visiten la Casa Museo El Paraíso y estén familiarizados con la novela de Isaacs les llamará la atención cómo la disposición de la casa y la narrativa que hilvana confunden la realidad con la novela. En el recorrido se le pide al visitante que se asome al dormitorio de Efraín o pasee por el rosal de María. Inclusive, llevando las alianzas entre literatura y realidad al extremo, el visitante es invitado a vestirse con las ropas de los protagonistas y a posar frente a la casa para una foto.
El propio Jorge Isaacs fue el primero en poner en escena este juego de espejos entre el novelista y sus personajes. Espesando las nieblas de misterio tejidas por un público fascinado por la novela, Isaacs mismo se prestó para ser el picaporte entre realidad y ficción. Famosa es su fotografía posando como si fuera Efraín en una escena de la novela. Con su característico bigote, armado con una escopeta, un sombrero y una libreta de apuntes a sus pies, Isaacs le dio vida a la escena de la novela en la que Efraín, acompañado de Braulio y José, sale a cazar un tigre.
Fuente: Banco de la República


El juego de espejos entre Isaacs y Efraín, materia de ríos de tinta, abre paso a otra serie de  entrecruces entre literatura y realidad. Tal como lo ha estudiado el antropólogo y arqueólogo Luis Francisco López Cano, existe hace décadas en el municipio de El Cerrito, en el Valle del Cauca, una tumba con el nombre de María. Los más viejos del pueblo dicen que ahí está enterrada María Isaacs. De igual manera, en la novela la protagonista es enterrada en una aldea cercana a la hacienda de la familia de Efraín y su tumba, como la que estudia López Cano, es decorada con una sencilla cruz de hierro.
Las marcas que la novela ha dejado sobre la realidad son múltiples. Otro ejemplo: en el municipio de El Cerrito, en el mismo lugar que usualmente ocupa un prócer de la independencia, una estatua de los protagonistas de la novela —María cargada de flores, Efraín con impecable levita negra— adorna el parque principal de Santa Helena.


Estatua en honor a Jorge Isaacs y  María en Cali (Valle del Cauca).

Una historia de desarraigo
Como novelista, Isaacs conocía las relaciones que se tejen entre las palabras y las cosas, entre las formas de decir y las formas de tener. Entre 1864 y 1865 escribió su novela en los momentos de descanso que le dejaba trabajar, con peones a su cargo, como inspector de obra en un camino de Cali al Pacífico. Por encargo del general Tomás Cipriano de Mosquera aceptó este puesto luego de perder la hacienda familiar.
Isaacs no era entonces más el hacendado sino el hombre sometido a las premuras del salario. En el campamento de la Víbora, en el Pacífico colombiano, bajo las estrellas y los guásimos, recuperó con la ficción lo que había perdido en la vida: el techo de la casa paterna.
Desvincular lo hispano de lo colombiano es lo que hace a María la novela más moderna en Colombia
La distancia entre la Víbora y la hacienda paterna es la materia que alimenta la novela. María aborda un momento clave en la historia de la Colombia del siglo XIX. En el lapso entre la década del cuarenta en la hacienda paterna y la década del sesenta en el campamento de la Víbora está la historia de los cambios que suscitaron las reformas introducidas por el Partido Liberal en 1849.
Con ellas se abolió la esclavitud, se desestancó el tabaco, se declaró la libertad de prensa, se introdujo la navegación a vapor y se privatizaron buena parte de los resguardos indígenas, entre otras. Estas reformas hirieron de muerte las economías basadas en la mano de obra esclava y con ello ayudaron a quebrar las haciendas del padre de Isaacs. Al mismo tiempo estas reformas crearon y legitimaron nuevos sujetos: esclavos liberados, indígenas forzados a mestizarse o empresarios de tabaco.
Las reformas no solo significaron una producción de nuevos sujetos en las clases populares, sino también en las clases altas. Siguen siendo un misterio las motivaciones que llevaron a Isaacs a adherirse al Partido Conservador —con el cual luchó en contra de Mosquera en la guerra de 1860— hasta hacerse un ferviente radical a finales de la década del sesenta.
Tengo para mí que el espíritu de las reformas liberales le dio la posibilidad de entenderse como un colombiano de las élites sin adherirse a un ethos hispánico. Como estudiante en la Bogotá de principios de la década del cincuenta, Isaacs vivió el ambiente de intensa francofilia de las élites letradas. Además de las huellas visibles de Chateaubriand en María, los títulos de sus obras de teatro —Amy Robsart, Paulina Lamberti y Los montañeses en Lyon— dan cuenta de las lecturas de los intelectuales de la época.
Producto de estas lecturas, las reformas liberales —solo agudizadas por la Constitución del 63, fruto de la guerra del 60— provocaron un debate público, acicateado por liberales como Murillo Toro y sufrido por patricios hispanos como Julio Arboleda o José María Vergara, acerca del lugar de España en el pasado y el presente de Colombia. Para la élite liberal España significaba atraso y fanatismo. Para la conservadora, el único lugar desde dónde explicar la posición de Colombia en la civilización occidental.
Hijo de un judío jamaiquino y de una madre del Chocó, provinciano, sin apellidos –y ahora sin tierras– que lo ataran a viejos abolengos coloniales, Isaacs buscó ser colombiano por medio de otras afiliaciones étnicas que no pasaran por la hidalguía de sus aristócratas paisanos caucanos.
Las últimas disposiciones de ser enterrado en Antioquia dan fe de que Isaacs creyó el mito del origen judío de los antioqueños. A partir de este imaginado origen compartido creó una comunidad colombiana no hispana en la novela. El lector recordará que Efraín se identifica con los colonos antiqueños en el Cauca. La propia tumba de Isaacs en Antioquia confirma el valor que tuvo para él en vida esta narrativa de comunidad no hispánica.
La creación de vínculos
Desvincular lo hispano de lo colombiano es lo que hace a María la novela más moderna en Colombia. Esta ruptura permite a María a recibir en sus páginas las historias de africanos esclavizados como Nay, las de los migrantes antioqueños y las de judíos jamaiquinos como María o el padre de Efraín. Estas historias no representan a los afrodescendientes ni a los campesinos por medio de la esclavitud o la explotación laboral, sino a partir de una experiencia histórica: el viaje y, más importante, el relato que ese viaje deja como marca del origen de esos cuerpos forzados o no a viajar.
A través de la literatura María libera —en el espíritu de las reformas liberales— a los cuerpos de su atadura laboral y los abre a la experiencia histórica. No son esclavos o campesinos únicamente, como lo quería la literatura de tipos y costumbres, sino que lo son por circunstancias históricas precisas y pueden dejar de serlo.
A través de la literatura María libera a los cuerpos de su atadura laboral y los abre a la experiencia histórica
Estas comunidades no hispanas, africanas y judías que pueblan la novela, no atadas al paisaje ni a la labor, hacen de María una novela que le da forma, mejor que ninguna otra en Colombia, a las reformas liberales de mitad del siglo XIX, reformas que luego Isaacs defendería en los campos de batalla y en la prensa política.
Al desatar a las clases populares de la labor Isaacs también desató a los hacendados del poder sobre la tierra. El lector recordará el retrato, no muy halagador, que la novela hace de la familia M***, estampa de un decadente patriciado hispano caucano. Su heredero, el joven hacendado Carlos M***, se preocupa más por posar frente a un espejo que por cultivar pastos de guinea en su hacienda. Orgulloso del “huerto de sus antepasados”, ahíto de pasado, Carlos M*** no logra concretar ningún vínculo matrimonial. Su soledad y su falta de alianzas con las clases populares lo ponen ante el abismo de la historia.  
Como esas estatuas que replican a los protagonistas de la novela en los parques públicos, Maria logró, en un giro de una ironía conmovedora, atar al novelista a la tierra que había perdido, así como ganó tumbas en Colombia para la africana Nay y la judía María (cuyo nombre en Jamaica era Esther). Isaacs, como Efraín, recupera su tierra a partir de la letra, no como un hacendado fantasmal que vuelve a recuperar sus propiedades, sino como un escritor moderno consciente de que en la construcción de una nación son más importantes los símbolos que los lugares.

* Profesor de literatura latinoamericana en Brown University y autor de Una cultura de invernadero: trópico y civilización en Colombia (1808-1928). @martinezpinzon


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